lunes, 11 de noviembre de 2019

Larissa...Eres ese largo adiós a donde el pasado siempre vuelve.


Larissa

                                   Eres ese largo adiós a donde                                el pasado siempre vuelve.


Porque en 25 años nunca te has ido.

 Hoy en la madrugada cuando el don de una mano alada me abría las cicatrices de las puertas del amanecer, ya te esperaba, y mientras me empeñaba en entregarte un puñado de nomeolvides pude ver la última estrella que lo acompañaba, parecida a la forma de un corazón igual al tuyo vestido de liturgia misteriosa aderezada con todas mis nostalgias y melancolías.

Emocionado, me puse buenmozo esperanzado de encontrarte en aquella esquina rota de ese largo adiós, mientras desaparecías sobre el lomo de los pétalos de un arroyito cristalino acostado en el lecho de mi inmenso dolor. Apenas pude ver tu rostro de cenizas que ascendía surcando alegres rocíos en la epifanía del olor onírico de tu ausencia.

Mientras, la aurora me preguntaba por la angustia de mi alma a sabiendas de que solo soy un sueño triste que te sueña, un sueño que me observa dormido, sosegado, como un manso caudal de ternuras y afectos que eras, eres, tú cabalgando debajo de mi almohada devolviéndote la vida a través del reflejo de sus aguas que, con minuciosidad de notario, anoto en los surcos de mi memoria.  

Larissa, hija mía, dime si porque es mañana es que no te alcanzo.

Hace 25 años que sembré mi voz colgada en el cielo de pedazos de lunas rotas, como espiga de un canto en los remos de los párpados de mis ojos para cosechar cada 5 de noviembre, la dulzura eterna de tu nombre en los escombros de la margarita de tus huesos apretados entre la madera que te viste con los jirones de nuncamás.
25 años después tu tumba arde todavía. Nadie muere nada nunca. Vives en la casa de mi alma donde tienes tu habitación, tus medicinas y flores de tilo y la congoja permanente de mi pena, como aquella que describió W. Shakespeare: “…La pena llena la habitación de mi hijo ausente…”. He pasado 25 años como un orfebre cincelando fantasías en la factoría de mis sueños.

25 años después, pienso cómo no se me ocurrió contarte un cuento distinto en cada una de tus noches atormentadas, intentando un relato de gracia insigne como para suspender el alfanje que pendía cada amanecer por encima de tu vida.
Cómo no se me ocurrió enfrentar a la muerte con el poder de la palabra, la imaginación y el arte de contar para engañar al tiempo y continuar dándole vida a tu vida. Cómo no me acordé de los relatos de Sherezade, la hija del gran Visir, para escapar de la muerte del califa Schahriar.

Sherezade supo cómo esgrimir el arma del relato el único recurso que surte efecto antes las personas. Tu vida es un relato épico de noches de arduas lejanías e inabarcables al lado de la furia de las nefastas sentencias del destino, que en las gargantas de las desgracias, mantuvo encerrado el despuntar del alba de mi Larissa alegre, inteligente, hermosa, generosa de enormes afectos hacia mí. Con tu partida también partió  mi alegría.

Tengo 25 años fingiendo sonreír. Debí narrarte la ficción de Pablo de Tarso, contemporáneo del relato de ese cuento que es el cristianismo que señalaba a Jesús como el enviado y Tarso escribió sobre él al que nunca había visto ni escuchado, porque era un sueño producto de una pasión. Ese cuento es la vida del cristianismo hoy harto de simbologías que repiten orando los cristianos como una sucesión de metáforas.


Por qué no te conté lo de don Quijote el que quiso cambiar el mundo contando historias destinadas a permanecer en la memoria de la gente. Este don Miguel de Cervantes, guerrillero católico de la fe, nos inventó como sujetos modernos en El Quijote a través del relato, de la leyenda, de la ficción, transformando la novela y el humor.

Hoy en la madrugada sentí el andar de tus pies untados de soledades que rasgaban el silencio para que yo pudiera escuchar tu voz de azucenas.

No sé cuántas maldades he cometido como para que merezca morir dos veces. Yo que soy un padre bueno, ya lo he hecho. Un día como hoy 5 de noviembre de 1994. Cuando tú lo hiciste. Y ahora en el devenir, aguardo sentado cual príncipe abdicante de mí mismo.

No es tu ausencia hija mía. Es tu vacío ante nosotros como si fueras la nada, demoledora. Vivo asido a tu ataúd porque pienso que aparecerás para alejarte como el buque, que se marcha indiferente del puerto y de las orlas de pañuelos de sollozos tristes que les dicen adiós a los rumores de las olas descalzas de espumas.
En vano he llorado tanto, devastado. En vano traicioné mis principios para suplicarle a un Dios que no existe. En vano me he bebido tus 25 misas. En vano pienso el dolor que pienso al saber que te fuiste sin soñar que alguien te sueña ardiente de ti. Sin probar el placer de un beso crepuscular, de un amor en llamas que devora dos cuerpos fundidos en uno solo, suspirando como el sonido de un saxofón.

El tiempo transcurrido no son estos 25 años en que tú no estás, sino tu espejo que llevo dentro. Te recuerdo y te amo eternamente y aún más después, infinitamente, siempre, como la sed de un pez en un río de ocasos.

Hoy en esta madrugada del 5 de noviembre de 2019, aquella mano alada puso a navegar un misterio debajo de la puerta de mi inmensa soledad, un barquito de papel en el cauce de la imaginación de mi esperanza erosionada. Alucinado, lo tomé para leerlo: “…Papi, sé que sufres inconmensurablemente porque no estoy con ustedes, pero nunca pienses en que los he dejado de amar y de extrañarlos. Te escribo todos los días en los correos de tu pensamiento y si algún día ese correo pasa y no recibes una carta mía, puedes estar seguro de mi inexistencia, pero nunca de que los he olvidado.

Hace 25 años que llegué a un bosque grande de flores azules y amarillas donde ruiseñores trinan día y noche, noche y día, el dulce color del concierto de la eternidad. No trates de contestarme esta misiva. Porque sé que tú lo haces cada día de cada semana al pie de mi morada infinita, y aunque conozco tu manera de pensar, te aseguro que te protejo y te cuido como no te imaginas. No me despido de ti hasta siempre porque siempre ando a tu lado…”.

 Homenaje a la Santa     
Larissa Alexandra Cabrera Almonte,     
de su mamá Milagros Almonte, de sus hermanas 
Liza y Melissa Cabrera Almonte,              
de su cuñado  Luís Castillo, de sus sobrinos Lucas José
Liamm José, Louiex José Castillo Cabrera y de     


su papá José-Dorín-Cabrera       


5 de noviembre 2019

josedorincabrera@gmail.com   
http://josedorincabrera.blogspot.com/ 
        

                                                                                                                                              
                                                                                                                                                                                                                                                                        


   

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